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Peligro y seguridad en clave psicocorporal

Nuestro sistema nervioso tiene muchas tareas. Una de ellas es poder distinguir, de todos los estímulos que emergen, aquellos que deben ser atendidos. Los estímulos pueden venir de cualquier de nuestros tres sistemas: el exteroceptivo, el interoceptivos o el propioceptivo*. Los estímulos son sensaciones físicas y psicocorporales. Es decir que se sienten en el cuerpo y significan física, emocional y mentalmente.


Como decía, el sistema nervioso que nos conforma separa aquellos estímulos que merecen nuestra atención de aquellos que no. Ese balance juega un papel muy relevante en nuestra salud. ¿Qué pasaría si -por ejemplo- mi sistema identifica como alarmante un estímulo perfectamente inofensivo y cotidiano?


(AP Photo/The Canadian Press, Frank Gunn)
(AP Photo/The Canadian Press, Frank Gunn)

Un estudio interesante que indaga indirectamente este tema se hizo con personas diagnosticadas con Síndrome de Intestino Irritable (SII, o IBS en inglés). En él se concluyó que las personas con ese síndrome reportan dolor con más facilidad ante el mismo estímulo aplicado también a personas que no lo padecen. El estudio utilizó un método en el que se aplicaba presión controlada a la pared intestinal interna de los participantes utilizando una especie de globo.


Una interpretación que puede hacerse a modo de generalización es la siguiente.

Las personas reportan tener un umbral del dolor más pequeño cuando su sistema nervioso interpreta un estímulo normal como si fuera amenazante.

De hecho, existen nuevas perspectivas que nos hablan del papel que se está comprobando que juegan estas respuestas amenazantes (ante estímulos inofensivos) en las enfermedades funcionales. Las enfermedades funcionales son aquellas en las que la función de ciertos órganos falla a pesar de que se conserva intacta su integridad; por ejemplo, las enfermedades autoinmunes, la fibromialgia, la fatiga crónica y el colon irritable.


Ahora, ¿qué hace que el sistema nerviosos interprete amenaza donde no la hay? Hasta ahora se sabe que tanto el estrés crónico como el trauma consiguen transformar el sistema nervioso. El porqué es bastante sencillo: un exceso de experiencias de desequilibrio hacen que el sistema pierda cierta capacidad de volver a un estado equilibrado. De esa forma, se perpetúa un sistema nervioso exaltado e hipervigilante que malinterpreta estímulos. Adicionalmente, un sistema nervioso capaz de volver al equilibro puede entrar en reparación, nutrición y descanso, procesos que son indispensables para la vida.


Hoy sabemos que muchas personas que tienen enfermedades funcionales -aunque por supuesto que no todas- también tienen experiencias vitales de estrés crónico y trauma. Como un bucle, la experiencia de estrés crónico genera enfermedades en las que el sistema nervioso malinterpreta señales seguras como si fueran peligrosas y esto bloquea la capacidad intrínseca del cuerpo de entrar en reparación. Así se va perpetuando una experiencia interna de desequilibrio y, por lo tanto, de estrés físico, mental y emocional.


Las implicaciones de un sistema nervioso desequilibrado en la vida mental y emocional son marcadas. Experiencias como la ansiedad, donde la lectura equivocada de estímulos seguros consigue propiciar experiencias que van desde el malestar hasta el pánico; o la depresión, donde la lectura equivocada de estímulos normales propicia experiencias de desesperanza e inmovilización.


Momento. Saber esto, ¡son buenas noticias! ¡Hay mucho que se puede hacer para sentirnos mejor! Desde que sabemos que existe una conexión entre el sistema nervioso, el estrés y el trauma, podemos empezar a dilucidar acciones y formas de atención que devuelvan algunas experiencias de placer a nuestra corporalidad.

La piedra angular de nuestra labor como terapeutas psicocorporales acompañando procesos de estrés crónico y trauma consiste en comprender que el sistema nervioso es maravillosamente flexible y adaptable.

Nuestro sistema nervioso nos cuida. Cuando, por distintas razones, se adaptó a circunstancias de estrés crónico o cuando aconteció una experiencia traumática que no se ha podido procesar, el sistema queda como desactualizado. Incapaz de vincularse en el presente con la vida e incapaz de dejar de comparar lo que está ocurriendo con la experiencia estresante o traumática que alguna vez ocurrió.


En concreto, proponer prácticas para sensibilizar, reconocer y atender la propia corporalidad son una parte fundamental para sanar. ¡Busque a su terapeuta psicocorporal de confianza!


Comunicarnos con nuestro sistema nervioso nos da la posibilidad de entenderlo y actualizarlo. Movernos de forma espontánea e introspectiva nos permite habitar nuestra corporalidad e investigar cómo me siento, expresar cómo me siento, con y sin palabras. Conocernos nos da recursos para el placer, el crecimiento y la autorregulación. Y sobre todo, atendernos para devolvernos la confianza en nuestras capacidades para identificar dónde está la seguridad y dónde el riesgo.

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